domingo, 26 de agosto de 2018

1946 Toros de La Viña Juanito Belmonte Campoy, Manolete y Carlos Arruza



MANUEL Solari Swayne tenía un sueño, y el tiempo de éste era octubre, 1946. Un año antes ya había logrado, a través de intensa campaña en la página "Toros y Toreros" de El Comercio, que se ampliara el viejo coso de Acho hasta dimensiones que le permitieran temporadas mayores, esto según criterios arquitectónicos que no traicionaran la estética histórica de la plaza rimense y su viejo maderamen templado a pulso por Belmonte. Fernando Graña Elizalde acogió el proyecto de Alejandro Graña Garland y se amplió Acho con hermosa coherencia. Otras opiniones creyeron necesaria una nueva plaza, la imposible Monumental de Chacra Ríos, hoy casi ex coliseo Amauta y hogar de todos los vientos posibles. En Acho, el nuevo aforo prometía más de diez mil almas en espera de feria.
Dos criterios principales manejaba Solari para la creación de la feria. Dos criterios y una revelación
místico taurina. En primer lugar, el criterio de la tradición. Octubre, mes morado, religioso y costumbrista, permitía conjunción de atmósferas propicias al rito taurino, aparte de calorcillo moderado y meteorología primaveral idónea para la lidia y muerte de toros bravos. Solari, "de profesión limeño" como decían quienes le conocieron, imaginaba guirnaldas en los balcones, actuaciones folclóricas en el Campo de Marte, iluminación de las iglesias de Santa Liberata y el Patrocinio, banderolas en la plaza, y un Paseo de Aguas de gala en una ciudad entonces coqueta y orgullosa, y que hoy atraviesa expectante mutación.
El segundo criterio era lo que él mismo llamaba "el tirón del verano". Hasta entonces, verano de 1946 incluido, las temporadas taurinas en Lima se daban durante la canícula. Solari había advertido que muchas veces la refrescante oferta playera de Lima ganaba a la afición, quien lo pensaba dos veces antes de someterse a largas jornadas de transpiración rimense en nombre del arte taurino. Calor que, obviamente, también afectaba a toro y torero.
Y la revelación se llamó Manolete.
En la temporada de marzo del '46, a pesar del pobre desempeño del ganado de La Viña y de La Punta, la sola presencia hierática y grave de Manolete caló en la afición de Acho con tal hondura y melancolía que Solari Swayne, ya firmando Z.M., que como bien se sabe era Zeñó Manué, registró y engalanó por escrito, distinguiendo al cordobés por encima de sus más que ilustres alternantes, Domingo Ortega y Juan Belmonte:
Una tarde, con una luz de oro y de violeta. Manolete me recordó al campanario de la Mezquita de Córdoba. Ahora al revivir su imagen y su acento -tiene algo de aquellos santones góticos españoles policromados en madera-, y en su discurrir por la arena, que lo hace a manera de hidalgo que sienta cátedra, un sonido alto y hondo como el de ciertas campanas, se me repite la hermosa similitud. Y no creáis que es pura metáfora. Tengo para mí que si un hombre y un monumento responden a instantes similares, pueden tener semejante la expresión. Al redactar estas líneas tiemblan en el viento tres pensamientos de Federico García Lorca -engastados en dos distintos romances- que son como una bella profecía de la existencia del extraordinario lidiador. Dicen "Córdoba lejana y sola". "Córdoba de arquitectura", "Celeste Córdoba enjuta". Y el genial poeta con tres transparentes pinceladas, pintó como nadie el secreto y el alma de la ciudad de las ermitas. Lejana y sola, arquitectónica, celeste y enjuta. Así es Córdoba. Y así es Manolete. Lejano, solo y arquitectónico en su arte. Pálido y enjuto en su figura.
Manolete es un revolucionario y no sólo por su aportación negativa del torero perfilero, sino, lo que es más importante, por lo que revuelve, retorna, camina, hacia la raíz, sin borrar la Historia, sin arrojar de sus manos las flores, cuyas semillas sembraron quienes le precedieron, sin prescindir de la serena claridad de Ortega, ni de la cercanía conquistada por Belmonte. Manolete ama sobre todo la verdad -la verdad de lidiar parando, mandando y templando- pero la prefiere próxima al peligro y expresada elegantemente. Carece de la suavidad del castellano, ese como ritmo sinfónico que envuelve y del que despierta la insigne muleta del borojeño y de la abierta y desgarrada tragedia de Belmonte... así pienso yo que este es extrovertido y el Califa se sorbe el drama para sí mismo como si ese fuera -y más tarde fue- su destino. Pero me atrevo a afirmarlo pese a que no le ha salido un toro que le permitiera torear a gusto y lucirse plenamente, cita más cerca que el Trianero y se queda más quieto que el brillante de Bórox.
La empresa en ese entonces regida por el ganadero y aficionado Fernando Graña decidió instaurar la Feria del Señor de los Milagros, llamada Feria de Octubre a secas en el primer cartel.
Fuente: CARETAS:PE



1 comentario:

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